La distribuidora, la productora, el protagonismo de esa cosa presuntamente imprescindible llamada marketing, el propio Christopher Nolan, alguien que legítimamente jamás duda de su condición de artista, convierten el estreno de Oppenheimer en el gran suceso cinematográfico del año. Falta le hace al hueco Hollywood de los últimos años inventarse películas creativas y poderosas, con capacidad para atrapar a un público masivo que no tenga atrofiado el sentido del gusto. El billete de prensa se celebra en un cine de Las Rozas (Madrid) que responde a las condiciones visuales y acústicas con las que Nolan ha concebido su película. ¿París bien vale una misa? El mosqueo ante el largo desplazamiento se me va esfumando ante la potencia visual que exhibe la pantalla. Y el bordoneo hace que vibre alarmamentontemente la butaca.
También sabes que vas a estar allí durante tres horas. La norma que está imponiendo Hollywood respecto a la extenuante duración de su cine me resulta casi siempre pesarosa y gratuita, pero en el caso de esta película no miro ni compulsiva ni relajadamente el reloj. También soporto la necesidad de la vejiga. No me quiero ausentar ni mínimamente de lo que me están contando. El tiempo no abruma. Porque la historia es poderosa. También oscura. Y está bien narrada.
Chistopher Nolan siempre se toma muy en serio lo que pretende hacer, es un perfeccionista. A veces le sale burujo, como en las extraordinarias El caballero oscuro y Dunkerque. Otras poseen notable atractivo para mí (Insomnio, El truco final, Interstellar) y también me puede resultar tan pretencioso como incomprensible en el caso de las insufribles Origen y Tenet. Pero la huella de su personalidad es constante. Le salga mejor o peor el producto. No creo que al insustituible Scorsese le quede mucha carrera debido a su provecta edad. Y el tantas veces hipnótico David Fincher se toma con calma su carrera. Nolan está en la onda de los anteriores. Es una de las escasas alternativas que ofrece Hollywood al cansino y rutinario cine de superhéroes, inacabables sagas y otras triunfantes naderías.
Nolan escribe y dirige Oppenheimer. Y le imagino controlando hasta el menor detalle en la producción. Aborda la compleja biografía de un científico genial que engendró algo tan sensacional y de efectos monstruosos llamado bomba atómica. Este hombre no solo acumulaba inmensa sabiduría sobre la física cuántica. También brillantez y capacidad para extraer lo mejor de otros científicos, intuición, habilidad y persuasión para lograr que estos trabajaran juntos, generalizado reconocimiento público a su talento, enorme proyección social de su figura. Todo en él correspondía a la imagen de un ganador absoluto. Hasta que le acorralaron con una campaña feroz, capitaneada por burócratas poderosos que hacían doble juego con la eminencia que representaba Oppenheimer, el FBI de aquel individuo todopoderoso, amoral y siniestro llamado Edgar Hoover y las atroces consecuencias para tanta gente de la caza de brujas que estableció el senador McCarthy y sus múltiples lacayos contra presuntos o reales izquierdistas. Y resulta que Oppenheimer siempre tuvo conciencia social y había apoyado con sus palabras y con su dinero a la República durante la guerra civil española, que su hermano y personas muy cercanas habían militado en el Partido marxista de Estados Unidos. Intentaron quemar su imagen y en parte lo consiguieron, utilizando artimañas, inventando mentiras y medias verdades, manipulando a su entorno.
Nolan también retrata las zonas oscuras, el sentimiento de culpabilidad y las dudas morales del hombre que hizo posible y devastadora la bomba atómica, el armamento más salvaje que ha inventado la ciencia en la depredadora historia de la humanidad. Se había creado pensando en su efecto disuasorio para utilizarla en las guerras, pero Estados Unidos comprobó su letal eficacia arrasando las trágicas ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Durante dos años el ejército y los científicos ensayaron lo que podía ocurrir en el eriazo de Los Álamos. Y aunque Rusia fuera su aliada contra el nazismo, ya empezaba la competencia y el espionaje entre ambos países para poseer cuanto antes al monstruo. Estados Unidos justificó el lanzamiento de la bomba atómica afirmando que dio fin a la guerra y que con ello se salvaron muchas vidas estadounidenses. Oppenheimer y también Albert Einstein (la relación entre estos dos cerebros privilegiados está descrita de forma sabrosa) mantuvieron dudas y también certezas terribles sobre los efectos de lo que ellos crearon.
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