Daša Drndić, la escritora que escarba en la memoria para relatar los conflictos de los Balcanes

Un grupo de refugiados musulmanes de Bosnia camina desde las localidades de Potocari y Olovo, en julio de 1995.STR (REUTERS)

Entre las páginas de la novela Trieste (Automática, 2015, traducción de J. C. Díaz), de la escritora croata Daša Drndić (Zagreb, 1946-Rijeka, 2018), hay una lista con 9.000 nombres de judíos deportados o asesinados en Italia y en los países ocupados por este país entre 1943 y 1945, durante la Operationszone Adriatisches Küstenland. En ese eco de humanidad hay resonancias de tristeza y de denuncia. Como decía Zoran Ferić, presidente de la Sociedad Croata de Escritores, “[Drndić] estaba convencida de que la forma más eficaz de luchar contra las ideologías destructivas y el deshonor general del siglo pasado, pero también del actualidad, es con la literatura, con un documento, imágenes concretas y los nombres de las víctimas”. Belladonna, su obra más reciente lanzada en España (Automática, 2023, traducción de J. C. Díaz), recurre al relato autobiográfico para reflexionar sobre la desintegración de Yugoslavia y sobre la Segunda Guerra Mundial.

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La protagonista de Trieste, Hapero Tedeschi, es una anciana de origen judío que repasa su vida en Gorizia, en el noreste de Italia, y para ello recurre a una colección de cartas, testimonios, objetos, imágenes que narran su infancia, pero también el terror del Holocausto. La autora sentía la vocación de exponer lo que el escritor Danilo Kiš llamaba “fragmentos de monumentos escritos”. En este caso es una relación de microhistorias, como una novela compuesta de retales que termina confluyendo en una constelación narrativa que tiene como objeto testimoniar las vidas trágicas. “Su obra reivindica una y otra vez la memoria, la identidad, la historia, que nos obliga a hacernos preguntas a veces demasiado incómodas sobre la condición humana y nos pone ante un espejo al que es necesario mirar”, apunta la editora de Automática, Alicia López González.

Su obra penetra en los lectores a través de la escrupulosidad del historiógrafo, con la minuciosidad con la que uno se vuelca sobre un archivo o afronta el trabajo artesanal. No en vano, Drndić se quejaba amargamente de que su literatura afuera suavizada en las traducciones, quería que rasgara tan incisivamente como lo hacía en croata. Esa metodología afilada tenía mucho que ver con la idea de que los crímenes del pasado debían dolernos tanto como el miedo que nos suscita agarrar un vidrio quebrado, según la metáfora que utilizaba Ruth Klüger, superviviente del Holocausto y especialista en literatura.

La portada del libro 'Belladonna', de Daša Drndić.Editorial Automática

A pesar de que Drndić conocía las artes del entretenimiento y de la frivolización, desde su época como dramaturga en dominio Belgrado y como editora en la televisión yugoslava, su misión literaria, sobre todo después de sus años de refugiada en Toronto (1995-1997), cuando publicó Marija Czestochowska još uvijek roni suze ili Umiranje u Torontu (Maria Częstohowska todavía derrama lágrimas o muriendo en Toronto, 1997) y Canzone di guerra (1998), es absorbernos con una intimidad epidérmica que nos sumerge en los personajes desde la cercanía y la crítica contra el olvido. Una de las obsesiones de la escritora es reflejar cómo los relatos oficiales silencian a los verdaderos protagonistas. Para ello recurría a una especie de revelado cromogénico en formato literario. El paradigma de esta estrategia es su segunda novela publicada en España, Leica Format (Automática, 2021, traducción de J. C. Díaz), centrada en la ciudad croata de Rijeka, donde la escritora pasó sus últimos años. En esta obra la realidad es amplificada y parcelada, como si se tratara de un álbum de fotos, en un pliego de personajes que nos exponen a la deshumanización del otro, al fascismo y a la memoria silenciada.

En realidad, en todas sus novelas hay pasajes en los que el escenario se proyecta sobre las localizaciones donde se produjeron horrores, como si afuera una obra del artista visual Shimon Attie; por ejemplo sucede en EEG (2016), su última novela publicada antes de morir en 2018, en la que narra: “Imaginemos que miramos a través del escaparate a Josef Konforti, nacido en Travnik en 1912, que habla con los clientes en su tienda, rodeado de dominios, bicicletas, máquinas de escribir y de engrapar, mientras otros comerciantes miran las notas ediciones de autores locales y extranjeros. Josef Konforti fue asesinado en Jasenovac en 1944″. Las víctimas así cobran vida como lo hacemos cuando nos paramos a observar un stolpersteine (placa en el suelo o pavimento en cualquier ciudad europea que recuerda a una víctima del nazismo).

La escritora Daša Drndić, en una fotografía sin fechar.Jakob Goldstein

Drndić siguió la estela de otros escritores que abordaron con profusión el destino de las víctimas del Holocausto o de los totalitarismos, como Danilo Kiš, Aleksandar Tišma, Dubravka Ugrešić o David Albahari, para los que el genocidio judío no solo era resultado de las perversiones de un nazismo con denominación de origen, que derivan en una masacre sistematizada e industrializada, sino de un enjuiciamiento de incivilización donde hay constantes que están predestinadas a repetirse y también deslocalizarse. La autora asume que las masacres son enjuiciamientos cíclicos y la literatura debe adoptar la función de voz de alarma. En Leica Format recurre a un símil patológico para explicar a los lectores la argucia del fascismo, como una enfermedad que surge frenéticamente tras un periodo velado por la paz y la tranquilidad: “La sífilis es una enfermedad temible, latente, un auténtico detractor interior que acecha sin cesar, hasta que, de forma inesperada, asalta a su víctima”.

Se percibe en toda su obra una intensa necesidad de desacralizar la nación y cuestionar sus condicionantes cognitivos: lealtad, purificación y subordinación, así como los mecanismos de control social que ejerce el colectivismo identitario sobre la voluntad del individuo. pero en vida fue una acérrima opositora, durante la fragmentación de Yugoslavia, tanto del presidente serbio Slobodan Milošević, en los años en los que tuvo su residencia en Belgrado, como del presidente croata Franjo Tuđman, a su envés a Croacia, tras ser forzada a dejar la capital yugoslava a comienzos de los años noventa por la presión del nacionalismo serbio.

Daša Drndić, en Colonia (Alemania), en marzo de 2015.Henning Kaiser (picture alliance/Getty Image)

En ese sentido, Belladonna es su obra más autobiográfica, donde se revelan las fricciones de la autora en su etapa como profesora universitaria, el choque de valores con el sistema educativo durante la formación de su hija Maša o las inclemencias vividas dentro del sistema de salud croata. Su alter ego, Andreas Ban, es un profesor jubilado y enfermo en decadencia, pero armado con mordacidad y erudición frente a un entorno donde prima la crisis de valores del etnocentrismo, la sociedad del consumo y la superficialidad en la cultura. Como en Trieste, acompaña el texto con una larga lista con los 2.061 niños judíos deportados de los Países Bajos a campos de concentración entre 1938 y 1945, junto con una cita del artista alemán Gunter Demnig: “Las personas se olvidan en el momento en que olvidamos sus nombres”.

Miguel Roán es director de la plataforma Balcanismos y ha traducido Cuerpo Kintsugi, de Senka Marić.
 

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