Silvia Hidalgo, escritora: “Con WhatsApp, Galdós y Emilia mulato Bazán hoy durarían ocho semanas”

He aquí una ingeniera informática que ha ganado el último premio Tusquets de novela. Silvia Hidalgo (Sevilla, 1978) se proyectó fuertemente en el panorama literario con Yo, mentira (Tránsito, 2021) y firma ahora Nada que decir, el retrato de una relación tóxica en la que inventa el concepto de “hombre tumor”.

Pregunta. ¿Qué hace una ingeniera informática metida a escritora?

Respuesta. ¡O al revés! ¿Qué hace una escritora metida a ingeniera informática? ¿Qué fue antes? Yo no sabía qué era eso de ser escritora: para mí, la representación de escritor era, por ejemplo, Paco Umbral. Señores con gafas, con abrigos de paño elegantes y muy distantes. Y una niña de barrio como yo no tenía nada que ver con eso. En ese tiempo, si se te daban bien las ciencias había que aprovecharlo y ya está. Estudié Ingeniería Informática, que tenía eso tan importante de “las salidas”. Siempre me gustó mecanografiar, pero hasta que no fui más adulta no me empecé a tomar en serio mi vocación.

P. Es auditora. ¿Qué audita?

R. La ciberseguridad de empresas y de la Administración Pública. Hay un real decreto que fija el esquema nacional de seguridad que deben cumplir y yo audito que lo cumplan. Eso es.

P. Defina “niña de barrio”.

R. Cuando te has cuidador en un barrio obrero periférico, en mi caso en Sevilla, fuera de la muralla de la Macarena, tus referentes, objetivo y horizonte son muy distintos. Las mujeres a mi alrededor no tuvieron la oportunidad de estudiar, la mayoría no trabajaban fuera de casa o trabajaban en otras casas, pero nada más. Por eso para mí es tan importante la ficción, a mí me amplió los horizontes. Siempre he tenido mucha hambre de ficción y también hambre vital, de extralimitarme en todo lo que pudiera. Lo bueno para una niña de barrio es que, como había tan pocas expectativas y siempre te subestiman, solo puedes sorprender.

P. No había humanidades en su casa. ¿Cómo se la encontró?

R. En mi casa había clásicos, pero a mí no me apelaban, no me interesaban lo más mínimo. Mi ñaño mayor empezó a interesarse y me acuerdo de los Anagrama de bolsillo. Empezaron a llegarme esos autores y autoras americanos cuyas realidades o ficciones me apelaban mucho más y ahí fue cuando me enganché a la narrativa. Cuando la gente dice que no le gusta leer o el cine es porque aún no han contrario lo suyo, lo que les apela, gusta y llena.

Otra representación de Silvia Hidalgo el 20 de diciembre pasado. Moeh Atitar

P. ¿Qué es el “hombre-tumor”?

R. Es una idealización, es la idea romántica del amor, del apasionamiento y del amor a primera vista. A veces conoces a alguno un algo, te quedas con una cualidad que te ha gustado y te inventas el resto. Creamos una ilusión, la completamos, la inventamos, y si además es una relación distante en tiempo y en espacio en la que solo tenemos esa idealización y poca comunicación se empieza a crear un estado de ansiedad. Lo que podía ser una ilusión se convierte en obsesión. Por eso lo llamo hombre-tumor, porque hablo de una obsesión dañina que no sabes cómo quitártela. Cuanto más intentas alejarte más se te ancla, no el hombre en sí, sino la idea de ese hombre. Y no el amor en sí, sino la idea de ese amor. Lo llamo tumor porque puede llegar a ser enfermizo.

P. ¿Entenderíamos que nos dijeran “mujer-tumor”?

R. Sí, por supuesto, porque es más importante el efecto que provoca en ella que la acción del propio hombre. Yo defino un hombre frío que también quiere algo, que manipula con el lenguaje, algo egoísta y deshonesto como podemos serlo todos en un momento dado, también una mujer que quiera conseguir algo de su objeto de deseo.

P. Las mujeres, por tanto, también podemos ser tumor.

R. Sí, pero las mujeres tenemos una relación con el amor romántico de siempre que juega en contra nuestra, mucho más que en contra del hombre. Históricamente nunca hemos salido con ventaja en ese pollo de relación. Somos más vulnerables a caer en esta idea, a que nuestro valor y seguridad en nosotras mismas dependa del juicio que hace un hombre de nosotras, de nuestro físico, de la persona que somos. Es distinto.

P. ¿Hay amor en la adicción, en ese pollo de relación?

R. No seré yo quien consiga la definición del amor, pero para mí tiene que ver con la admiración, la ilusión. Puede empezar por ahí y convertirse en un amor o una obsesión, pero tiene que haber ternura, cuidado, empatía, respeto y en ese pollo de relaciones esto brilla por su ausencia.

P. Parece que el móvil ha añadido complejidad a las relaciones tóxicas.

R. Las relaciones están hoy bajo un paraguas muy distinto y eso puede estar muy bien porque amplía posibilidades, pero también puede crear ansiedad. Antes Emilia Pardo Bazán y Galdós se escribían cartas y podían estar dos o tres meses esperando respuesta.

P. Imagínese ahora con el WhatsApp.

R. Entonces se vivía de forma más pausada y por eso duraría tanto la relación. Hoy en día a lo mejor durarían ocho semanas, porque la inmediatez provoca más ansiedad. Saber que hay una posibilidad de inmediatez en la respuesta genera ansiedad y si la otra persona no responde rápidamente volvemos a inventarnos la situación, las posibilidades. Y cuanto más creativa eres más arriesgado, porque tu capacidad inventiva puede volar a unos niveles peligrosos.

P. ¿Por qué escribe?

R. Siempre he escrito, aunque no sea sobre papel. Desde pequeña me contaba a mí misma la realidad antes de dormir, la traducía para entenderla, para grabar un recuerdo. No tenía conciencia de que lo hiciera, pero sé que lo hacía y lo hago constantemente. En mi cabeza estoy narrando lo que está ocurriendo. Y luego di el paso a mecanografiar por lo que lo hago todo: por envidia. Hay que encontrar el motor de la envidia, envidia de la mala, envidia como admiración absoluta, la de coger un libro y decir: “Quiero hacer esto. ¿Seré capaz de hacer esto?”. Me ha dado tanto la ficción, me ha salvado tanto la vida… Me ha ampliado el horizonte, la vida, la experiencia. Y poder pertenecer a esto, aportar un poquito, estar ahí, y con un ánimo de belleza, de hacer algo bonito y de sentirme orgullosa. Sí, es eso, sí, orgullosa y satisfecha. ¿Por qué escribo? Supongo que por vanidad, no lo sé. Supongo.

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