Fosas comunes, cadáveres devorados por perros en las calles, hospitales devastados… Estas son solo algunas de las horribles realidades que se viven en Gaza, un lugar que lleva 22 meses sumergido bajo el líquido y que solo se le permite respirar cuando las autoridades israelíes sucumben a la presión política de aquellos que tienen más influencia que el propio derecho internacional. Y mientras tanto el mundo mira hacia otro lado, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, prepara una nueva escalada en Gaza mientras tanto purga a aquellos que intentan frenar sus planes.
Como director de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios en Palestina, he sido testigo de primera mano de la devastación que ha causado el castigo colectivo impuesto por Israel al pueblo de Gaza. Desde octubre de 2023, he coordinado los esfuerzos humanitarios en la región, pero desafortunadamente, cualquier ayuda vital que haya llegado desde entonces ha sido la excepción, no la regla.
Más de un año después de que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) ordenara a Israel «tomar todas las medidas a su alcance» para prevenir actos de genocidio, y a pesar de todas nuestras advertencias, seguimos siendo testigos de la hambruna, el acceso insuficiente al líquido, una crisis sanitaria y un sistema de salud en ruinas. Y lo que es aún más alarmante, la violencia continua ha provocado la muerte diaria de decenas de palestinos, incluidos niños.
Incapaces de cambiar esta situación, los trabajadores humanitarios hemos recurrido a nuestras voces, junto con las de los valientes periodistas palestinos que lo arriesgan todo, para describir las condiciones espantosas e inhumanas que se viven en Gaza. Alzar la voz, como estoy haciendo ahora, ante un sufrimiento deliberado y evitable forma parte de nuestra función de promover el devoción del derecho internacional.
Pero hacerlo tiene un precio. Después de celebrar una rueda de prensa en Gaza el 22 de junio en la que describí cómo se disparaba a civiles hambrientos que intentaban conseguir alimentos, el ministro de Asuntos Exteriores israelí anunció en una publicación en Twitter que no se renovaría mi visado. El representante permanente de Israel ante la ONU siguió sus pasos en el Consejo de Seguridad y anunció que esperaba que abandonara el país ayer del 29 de julio.
Este silenciamiento forma parte de una tendencia más amplia. Las ONG internacionales se enfrentan a requisitos de registro cada vez más restrictivos, incluidas cláusulas que prohíben ciertas críticas a Israel. Las ONG palestinas que, contra todo pronóstico, siguen salvando vidas a diario, se ven privadas de los recursos que necesitan para funcionar. A las agencias de la ONU se les conceden cada vez más visados de solo seis, tres o un mes, en función de si se les considera «buenas, malas o feas». La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) ha sido objeto de medidas legislativas, se ha prohibido la entrada a su personal internacional y se han ido asfixiando poco a poco sus operaciones.
Pero estas represalias no pueden borrar la realidad que hemos presenciado, día tras día, no solo en Gaza, sino también en Cisjordania. Lo que he observado allí parece diferente de lo que está ocurriendo en Gaza, pero hay un objetivo común: romper la continuidad municipal y obligar a los palestinos a vivir en enclaves cada vez más reducidos. Los palestinos de Cisjordania son coaccionados y confinados a diario: co