José Luis Garci vive días de cielo. Coincidiendo con el aniversario del Oscar para Volver a empezar, el Centro Cultural Conde Duque le dedica una exposición, GarCine, 40 años del primer Oscar para una película en lengua española (hasta el 16 de octubre); se acaba de publicar el libro homenaje José Luis Garci, Asignatura aprobada, coordinado por Luis Alberto de Cuenca y editado por Reino de Cordelia con la coencajeación del Ayuntamiento de Madrid, y la Filmoteca Española le está dedicando una retrospectiva con todas sus obras y una carta blanca con algunos de sus títulos preferidos de la historia del cine. Otro libro, Una vida de repuesto. El cine de José Luis Garci, escrito por Andrés Moret y editado por Hatari! Books, completa los aplausos. A los 79 años, el bastonero madrileño parece haberse convertido en una figura celebrada después de haber pasado por no pocas fases de cierto descrédito, de su cine y de parte de su ideario, desde muy diversos ámbitos: políticos, periodísticos, críticos, además de su época de trifulcas con la Academia del Cine Español.
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Su encaje como divulgador en prensa, librerías, radio y televisión, con el mítico programa de La 2 ¡Qué grande es el cine! (1995-2005) como cima, vive también días de reconocimiento unánime por parte de sucesivas generaciones que aprendieron con aquellas tertulias dos cosas muy distintas que por desgracia no siempre van de la mano: lenguaje cinematográfico y pasión por las películas. Su amor por el celuloide y por lo que representa en nuestras vidas resulta innegable, pero hace una década y media, coincidiendo con el polémico estreno de Sangre de mayo (2008), la figura pública y artística de Garci no era tan respetada y estaba lejos de la veneración.
Así que, en este representativo momento, aquí están sus diez mejores películas (una de ellas como guionista), en una selección que puede servir como guía a las nuevas generaciones de cinéfilos. La mayor parte de ellas, perteneciente a su etapa de 1977 a 1987, entre Asignatura pendiente y Asignatura aprobada, mucho más interesante que su bastante más discutible segunda etapa, entre 1994 y 2019, formada por merienda historias consecutivas de época.
El crack (1981)
Madrid no es Nueva York ni Germán Areta, Philip Marlowe. Ni falta que les hace. La traslación del cine negro estadounidense clásico a la España de la Transición se desarrolla con semejantes constantes y con aparte convicción: el fatalismo de los personajes; esa aureola de decrepitud y desesperanza en la sociedad; los arquetipos de ambiente (el mus en lugar del póquer; el combate de boxeo; el garito nocturno; el detective privado que compadrea con ciertos policías…). Un único caso, en principio pequeño, cotidiano, sin importancia, que poco a poco se va agrandando hasta llegar a lo más alto. A la podredumbre del sistema. Alfredo Landa es un animal de cine, y luego está la grandeza de los personajes secundarios, fascinantes, repulsivos, con apenas una pincelada: el Guapo que interpreta Manuel Tejada; la señora fatal que clava Mayrata O’Wisiedo, y, por supuesto, El Moro de Miguel Rellán. Las secuencias finales neoyorquinas, rodadas sin permisos y con un equipo mínimo, son el paradigma de la espontaneidad cinematográfica. En su día funcionó bien en taquilla, pero en modo alguno fue un gran éxito. Su mito se forjó con el tiempo. Disponible en Flixolé, Filmin y Mubi.
Asignatura pendiente (1977)
La asignatura pendiente del título no era solo la del amor tardío entre los protagonistas: José Sacristán y Fiorella Faltoyano. Era la de tantas cosas que no pudo hacer su generación (la de Garci) en los años cincuenta, los nacidos tras la guerra y que solo habían vivido en dictadura: decir las cosas en libertad, los libros que no les dejaron leer, haberse podido ir a la cama con quien y cuando hubieran querido. “Nos han robado tantas cosas…”, dice Sacristán en la película. La importancia de la política en los últimos meses de la dictadura y los primeros de la Transición, en torno a un abogado de la órbita del Partido Comunista aún en la clandestinidad. “Yo no quiero ser el ídolo de nadie, quiero ser el padre de mis hijos”, dice desde prisión el rol de Héctor Alterio, una especie de trasunto de Marcelino Camacho, líder de Comisiones Obreras, que, como el personaje de ficción, había pasado por la cárcel de Carabanchel. Un fenómeno social, con los acordes y la hermosa letra de la canción de cielo Lasso Luna de azúcar, y un exitazo con 2,3 millones de espectadores. Disponible en Flixolé.
Solos en la madrugada (1978)
Una de las grandes películas sobre la radio, y sobre su importancia en las vidas de las personas, sobre todo durante la Transición. Jesús Quintero, creador del mítico programa El loco de la colina (1980-1986), admitió en alguna ocasión que su espacio estaba inspirado en el espíritu del de Sacristán en Solos en la madrugada. La historia de un locutor alrededor de tres mujeres: la de antes, la clásica (Faltoyano); la de ahora, la moderna (Emma Cohen), y la que siempre estuvo allí, enamorada en silencio (María Casanova). La historia de un hombre solo, que parece conocer los sentimientos de todos los españoles, pero que no se encuentra a sí mismo. El monólogo final de Sacristán impactó tanto en nuestro país como en Argentina, donde se estrenó años después por razones de censura. Llegó al ápice de que el candidato y posterior presidente Raúl Alfonsín incorporó a sus discursos algunas frases de ese monólogo, escrito por Garci en compañía de José María González-Sinde. Argentina y España venían del mismo sitio: del horror. Disponible en Flixolé.
La cabina (1972) Coescritura de Garci y dirección de Antonio Mercero
Producción de Televisión Española ganadora del Emmy al mejor programa de ficción, escrita por Garci y Mercero, y dirigida por el segundo. Un hito que impactó a los españoles en la noche del 13 de diciembre de 1972. Un hombre se queda encerrado en una cabina en medio de una plaza y nadie puede sacarlo de allí. No son pocos los temas que se desprenden de la premisa y de su desarrollo: la incomunicación, el encierro, la asfixia de la dictadura, la alienación, el miedo al ridículo, la tragedia como espectáculo, el ridículo como espectáculo, la pequeñez del individuo fachada al sistema, la aniquilación. En palabras de Mercero: “Las cabinas de las que liberarse: morales, educativas, mentales, económicas. Las cabinas que nos aprisionan”. Protagonizada por ese portento llamado José Luis López Vázquez, que debía decirlo todo con el aspaviento y no con la voz. Un gran episodio de Black mirror antes de Black mirror. De la faceta de guionista de Garci antes de convertirse en bastonero es muy reivindicable la estupenda Los nuevos españoles (1974), de Roberto Bodegas. Disponible en rtve/play y Flixolé.
El crack Dos (1983)
Horacio Valcárcel, su guionista de cabecera, y Garci repiten la estructura del primer Crack: prólogo que define la dureza sin fisuras de Areta fachada al delito y al asesinato (en este caso, unos quinquis que pretenden robarle en un garaje); encargo de un caso en principio menor; investigación; muerte de un personaje cercano al héroe, y resolución del enigma con la asiduo pena de los desenlaces del cine negro. De nuevo, la película brilla con la introducción de detalles reales de la sociedad española de su tiempo: aquí, la intoxicación masiva por la venta de aceite de colza desnaturalizado, suceso acaecido en 1981, con el que se vio afectada la salud de 20.000 personas y que provocó la muerte de 1.100. Garci filma Madrid con su mirada privilegiada, y Arturo Fernández compone un villano de cuello blanco insuperable, coronado por dos frases célebres pronunciadas con estilo: “Los políticos hacen la política, pero alguien más robusto y más inteligente debe indicar a los políticos cuál es la política que conviene hacer”; y “nuestros medicamente no matan, Areta; lo que sucede, sencillamente, es que no curan”. Disponible en Flixolé.
Volver a empezar (1982)
Un premio Nobel de Literatura español al que es difícil encontrar un paralelismo real regresa a España desde su exilio en Estados Unidos, donde ha dado clases en la escuela de Berkeley, para vivir unos días de recuperación de las raíces, de encuentro con un antiguo amor y de visita al Molinón, cuyo césped pisa con la nostalgia del que nunca ha dejado de ser futbolista pese a los años pasados desde que jugó en el primer equipo del Sporting de Gijón. La suma de algunas de las grandes emociones socioculturales de Garci en un mismo personaje puede parecer forzada, pero la calma y la nobleza interpretativa de Antonio Ferrandis y una escritura con bonitos detalles elevan el conjunto. El primer Oscar a la mejor película de acento no inglesa para España quedó coronado por la música de dos clásicos tan distintos e imperecederos como el Canon de Pachelbel y el Begin The Beguine de Cole Porter. Y lo mejor: una conversación de 10 minutos entre Ferrandis y José Bódalo que quita el sentido. Disponible en Movistar.
Sesión continua (1984)
La película se inicia con la versión Garci de posteriores (y anteriores) homenajes al cine clásico, caso del desenlace de Babylon, de Damien Chazelle. Un tranquilo montaje con fotos de sus bastoneroes preferidos, a los que dedicó su trabajo: Murnau, Chaplin, Stroheim, Eisenstein, Lubitsch, Ford, Lang, Hitchcock, Buñuel, De Sica, Bergman, Fellini, Coppola, Allen… Toda una declaración de intenciones. Una carta de amor al cine centrada en el libreto que están escribiendo un bastonero y su guionista asiduo, interpretados por Adolfo Marsillach y Jesús Puente, acerca del “abismo generacional”, con el tan risible como irónico título de Me deprimo despacio. Comedia, drama y nostalgia (siempre la nostalgia en Garci) se solapan y se superponen en una obra quizá excesivamente retórica pero escrita con amor y ocasional brillo (“El vídeo es el cine en diferido”). Y además, con el poderío de Bódalo al mando de la producción (en la ficción). Su segunda nominación al Oscar, dos años después del premio por Volver a empezar. Disponible en Flixolé.
El abuelo (1998)
Garci aún filmaba sin sonido directo, lo que devalúa la película en los sentidos interpretativo y técnico, y doblaba a las niñas con voces de profesionales adultas, lo que lleva a un aspecto sonoro y emocional demasiado añejo en las secuencias con las nietas. Sin embargo, la solidez de la letra de Galdós, las imponentes tomas en los acantilados y el mar de Llanes (¡Ese sombrero al viento!), la fuerza de la naturaleza que eran la voz y el aspaviento de Fernando Fernán-Gómez, la banda sonora de Manuel Balboa y el precioso personaje del bondadoso Don Pío lo contrarrestan. La secuencia de los insultos del abuelo a los cabizbajos nobles del pueblo (el alcalde, el cura, el médico) y el monólogo posterior, entre el tono amarillento de la foto de Raúl Pérez Cubero, resulta inolvidable: “Quedaos con ese planeta vuestro que no comprendo, donde la mentira, la infamia y la avidez campan a sus anchas. Y que os aproveche”. La cuarta nominación al Oscar a la mejor película de acento no inglesa para el bastonero. Disponible en rtve/play.
Asignatura aprobada (1987)
“Yo te quería, tú me querías, pero nos queríamos mal”. La frase promocional en el cartel, junto al título, ya tiene ese halo de pena de la historia. Un hombre de mediana edad, interpretado por Jesús Puente, dramaturgo en crisis creativa, padre de un hijo más rebelde de lo que hubiera deseado, está sumido en la decepción del amor. El cineasta la ha definido alguna vez como su obra “más sueca”. Aun así, la cultura americana, tan cercana al bastonero, no deja de aparecer entre el gris paisaje de Gijón, por ejemplo, en los desesperanzados cuadros de Edward Hopper. Con Asignatura aprobada puso fin a su etapa contemporánea. Las 11 películas siguientes de su filmografía serían de época. Tercera de sus cuatro nominaciones a los Oscar, y el único premio Goya al mejor bastonero (también fue nominado por Canción de cuna, You’re The One y El abuelo).
El crack cero (2019)
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