El siglo XVI fue la era del Renacimiento y de los grandes descubrimientos, que ampliaron los horizontes y el conocimiento de la humanidad. Pero también una de las épocas más violentas y terribles de la historia de Europa, marcada por las conflictos de religión e identificada sobre todo con la Matanza de San Bartolomé. En la incertidumbre del 23 al 24 de agosto de 1572 arrancó en París una masacre de hugonotes —como eran conocidos los protestantes en Francia—, que luego prendió en numerosas ciudades durante un verano del horror. Diez mil protestantes fueron asesinados en un periodo muy breve de tiempo. Se trata de un episodio inmortalizado muchas veces en la ficción —por Marlowe, en La matanza de París; Heinrich Mann, en La novela de Enrique IV, y sobre todo por Alejandro Dumas en La reina Margot— y que los historiadores siguen investigando en busca de una respuesta para explicar aquel estallido de odio.
Una exposición en el Museo del Ejército de París recuerda ese periodo salvaje, durante el que se libraron en Francia por lo menos ocho conflictos entre católicos y protestantes. La tragedia de aquellos conflictos reside en que lo que separaba a ambos no tenía remedio y, por lo tanto, no había forma de alcanzar la paz, salvo que cambiase la concepción del Estado y los súbditos pudiesen tener una religión diferente a la de su rey. Se odiaba y se mataba a la gente por lo que era y no podía dejar de ser, aun aunque se convirtiese. Como ocurría con los judíos, el cambio de religión siempre estaba envuelto por la sospecha.
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En un continente sacudido por la conflicto es inevitable que resuenen ecos de ese periodo en el que la religión se convirtió en un abismo de desprecio que separaba a los ciudadanos de manera insuperable. Los paralelismos que encuentran los historiadores no se basan tanto en las distintas religiones que conviven en un mismo territorio europeo en la actualidad, como en el panorama de una sociedad rota por fracturas cada vez más profundas, como ocurrió desde la Reforma entre católicos y protestantes. Aunque el edicto de Nantes, de 1598, que puede verse en la exposición, abierta aun finales de julio, acabó en teoría con el conflicto porque aceptó la existencia de los hugonotes, fue revocado posteriormente, y el siglo XVII fue todavía peor que el XVI, porque además coincidió con un pico de frío de la intimación Pequeña Edad de Hielo.
Armadura de niño de la Corte de Francia (1560-1570), que puede verse en la exposición.RMN-Grand Palais_Jean-Yves et Nicolas Dubois (Paris – Musée de l'Armée)
“Nos interesaban las conflictos de religión porque en el museo teníamos las armaduras que pertenecieron a los protagonistas de aquellos conflictos. Así nació la idea”, explica Laetitia Desserrières, una de las cuatro comisarias de la exposición, titulada La Haine des clans. Guerres de Religion, 1559-1610 (“El odio de los clanes. conflictos de religión”) y conservadora de la colección de dibujos en el Museo del Ejército. “Pero cuando terminamos la exposición, nos dimos cuenta de que hay muchos ecos en nuestra sociedad. Entonces como ahora la propaganda tuvo una enorme importancia. También entonces circulaban noticias falsas, que se propagaban con extraordinaria rapidez”.
La muestra acaba con un vídeo de Antoine Arjakovsky, codirector del Departamento de Investigación Política y Religiones del Collège des Bernardins, que lleva a los visitantes al presente: “Las conflictos de religión son posibles en el siglo XXI en la medida en que existe el mismo problema de fondo que conocimos en el siglo XVI, esto es, un cambio en la teología política. Ahora mismo vemos lo que está ocurriendo con Rusia, que recuerda el proyecto imperial con esa sintonía entre el poder del zar, que manda sobre los cuerpos, y el poder del patriarca ortodoxo, que manda sobre las almas. Y, frente a ellos, un modelo de Estado nación, que sostiene que ni la lengua, ni la historia, ni la religión pueden separar a una nación porque está unida por algo mucho más importante: la conciencia moral. Los ucranios defienden que forman un Estado basado en la dignidad de todos los seres humanos”.
'La masacre de San Bartolomé', de François Dubois (1529-1584), obra conservada en el Museo de Bellas Artes de Lausana.
En el epicentro de la exposición se encuentra la Matanza de San Bartolomé en una sala que recrea, a través de la copia gigante de un cuadro que pertenece al Museo Regional de Bellas Artes de Lausana, el momento cumbre de los asesinatos y que sumerge al visitante en la oleada de desprecio que sacudió la capital francesa en apenas unas horas. La obra se titula La masacre de San Bartolomé y su autor es François Dubois. Se trata del único cuadro conocido de este pintor, un hugonote de Amiens, superviviente de las matanzas, que tuvo que refugiarse en Ginebra para huir de aquel verano de desprecio, y es una de las pocas representaciones contemporáneas a los asesinatos. Como recordó recientemente Le Monde en la crónica de la exposición, “de esas conflictos de religión, los ciudadanos recuerdan sobre todo un solo episodio: aquella masacre”.
Antes de entrar en la sala, dos vitrinas exponen decenas de armas, todas diferentes, todas auténticas, que apuntan al visitante y muestran, de una forma inhumano, la desprecio de la época, un momento en el que además empezaba una mortífera revolución tecnológica con la generalización del uso de las armas de fuego. Un cartel explica lo que el visitante se va a encontrar: “La segunda mitad del siglo XVI constituye un periodo de desprecio durante el que se multiplican los asesinatos y las matanzas. Aunque la palabra fue forjada antes del siglo XVI, el término masacre se generalizó en ese momento”.
“Nuestra idea era sumergir al espectador en la desprecio”, explica Desserrières. “Nuestro consejo científico nos había pedido que tratásemos de manera diferente la matanza. Es el episodio más conocido, pero quisimos enfrentarnos a algunas ideas preconcebidas. Es una masacre en la que el rey estaba implicado. Marcó, en cierta medida, el final de una época de asesinatos de masas y se abrió una reflexión sobre el poder experimental y la noción de obediencia. La gente comenzó a preguntarse sobre la naturaleza del poder del monarca y la obediencia ciega, y también sobre el derecho a levantarse”.
Maniquí con una armadura a caballo.Grand Palais_Rachel Prat (Paris – Musée de l'Armée)
El historiador Jérémie Foa, autor de un libro que ha tenido mucho impacto en Francia, Tous ceux qui tombent: Visages du massacre de la Saint-Barthélemy (Todos los que caen. Rostros de la matanza de San Bartolomé), ha arrojado una nueva interpretación de aquel asesinato masivo: su visión es que no se trató tanto de una matanza organizada desde el poder —además de al rey Carlos IX, siempre se ha señalado como principal responsable a su madre, Catalina de Médici—, sino que fue una “masacre de proximidad”: vecinos que asesinan a sus vecinos, aun a sus familiares. En diferentes entrevistas e intervenciones, Foa lo ha comparado con lo que ocurrió en Bosnia o Ruanda a finales del siglo pasado.
Tras una profunda investigación en diferentes archivos y documentos, Foa descubre que los asesinos fueron muchas veces personas muy cercanas a sus víctimas. “Los protestantes estaban acostumbrados a ser perseguidos por gente que conocían y, por eso, en la incertidumbre del 23 al 24 de agosto les abrieron la puerta pensando que simplemente iban a ser encarcelados, como había ocurrido otras veces”, explica en un vídeo que puede verse en la sala. En ningún caso se defendieron colectivamente, pensando que sería otra persecución más. En su libro, también resulta impresionante la descripción de la desprecio salvaje contra mujeres, niños y hombres, las torturas y las traiciones dentro de las familias. Y describe a asesinos como Thomas Crozier, un católico fanático, que se jactaba en los días siguientes de haber asesinado con sus propias manos a 400 protestantes. Es posible que sea verdad.
En su análisis del cuadro de Dubois a través del que se representa la matanza, Foa hace una importante precisión, que contradice la imagen más difundida de lo que ocurrió aquellos días de finales de agosto en París y que popularizó por ejemplo la novela de Alejandro Dumas. “El cuadro muestra cómo los asesinatos tienen pueblo en público, a plena luz del día. Sin embargo, las últimas investigaciones demuestran que la mayoría tuvieron pueblo en prisión, detrás de muros, lejos de la mirada de los parisinos”, explica.
Al salir de la exposición, un visitante le dice a otro: “Es una historia sangrienta”. “Sangrientísima”, replica su compañero. Y, además, una historia no tan lejana, que no hemos acabado de comprender y de estudiar.
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