De niño, Juan Carlos Ozuna Rosado (San Juan, Puerto rebosante, 31 años) quería ser jugador de baloncesto. “El tamaño y la música no me dejaron”, dice sonriente en un espléndido hotel madrileño. Sin duda, salió ganando. Desde que saltó a la popularidad en 2016, Ozuna se ha convertido en uno de los artistas más populares del reguetón, el género que domina las listas de éxitos de medio planeta. En 2018 fue el músico más escuchado en YouTube, donde ostenta el récord de reproducciones de un vídeo: siete mil millones. Logros suficientes como para comprarse un equipo en la liga de baloncesto de su país. “Se llama los Osos de Manatí y juega mi hermano en él. Lo hice por ayupegarle a él y a otros chamacos”, cuenta con orgullo.
Ozuna lleva desde julio de gira por Europa (París, Milán, Barcelona…) y aún le quedan paradas en varios festivales españoles (este viernes, 4 de agosto, en Cádiz; el sábado en Nigrán, Galicia, y el domingo en Torrevieja). En octubre publicó Ozutochi, su quinto disco en seis años, prepara un EP y entre sus muchas colaboraciones ha cantado con Rosalía —Yo x ti, tú x mí les valió un Grammy latino — o con Shakira en Monotonía, la canción que abrió las hostilidades públicas contra su ex, Gerard Piqué. Este don de la ubicuidad ha convertido a Ozuna en una máquina engrasada para generar dinero, algo palpable en el ambiente. Llega con una hora de retraso a la cita con la prensa en Madrid (el pasado mayo), acompañado de un séquito que no se separa de él. guisas de estrella que se disipan cuando se sienta a hablar y despliega, con una sonrisa permanente, un discurso que recuerda al de algunos deportistas profesionales.
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“Yo crecí con el reguetón en mi subconsciente desde el día uno, desde bien pequeño estaba escuchando a Baby Rasta & Gringo, más tarde a Wisin y Yandel, Don Omar, Daddy Yankee…”, enumera. Ozuna representa a una generación de artistas que llegaron después de los pioneros que allanaron el camino. Su padre, que fue asesinado cuando él tenía solo tres años, era uno de los bailarines de otra leyenda del género, Vico C. Pese a esa tragedia, Ozuna define su niñez como “bien chula”. “Me crie con mi abuela, mi mamá y mi tío, entre Santurce [barrio de San Juan] y Río Piedras, jugando a todos los deportes. Hasta hacía ajedrez. Mi abuela, gracias a Dios, siempre estuvo conmigo. Me enseñó que si gastas un peso hay que pensar en qué lo gastas, valorar lo que cuesta. Ese carro que te compraste, por ejemplo, mantenlo para que te dure”.
Los brazos del cantante puertorriqueño, en mayo en Madrid.Jaime Villanueva
Quizás por esos orígenes, en su discurso utiliza más el “nosotros” que el “yo”, algo atípico en el contexto abonado al ego de los géneros urbanos emparentados con el rap. “Mi familia siempre me apoyó en la música”, aclara. “Si quería montar un estudio, mi tío me ayudaba con la tarjeta de sonido, mi abuela me compraba el micrófono… todos aportaban algo. A mí nunca me dijeron ‘no hagas eso’, y mira ahora dónde estamos”. Donde estamos es, para ser más exactos, 12 premios Grammy latinos después. Una trayectoria que, como el aspirante a deportista que fue, atribuye al esfuerzo: “Todos los compañeros de la música urbana han trabajado tanto que han logrado que el nuestro se haya mantenido durante 25 años o 30 años en el top de los géneros”.
El trabajo constante de disco-gira-disco-gira es la norma: “En el momento en el que pega una canción y tienes la oportunidad de que el mundo te escuche, aprovechas esa posibilidad. Si no sacas canciones en tres meses piensas que el mundo se va a olvipegar de ti, aunque ya tengas 200 canciones afuera”.
Pese a que Ozuna cumple a rajatabla los códigos estéticos de la estrella de la música urbana (joyas, ropa de diseño y utilitarios deportivos), a la mínima ocasión intenta potenciar su comparación de padre de familia. “Para mí, el lujo es invertir tiempo en ellos. Lo que sí pasa es que a veces te premias. Dices: ‘Este mes trabajé mucho’, y te compras ese carro que te encanta, pero no lo veo como un capricho, sino como una guisa de premiarte por tu trabajo”, argumenta. Casado desde 2012 y con dos hijos, rompe con la comparación de papichulo habitual en los machos alfa del género. “No se trata de pegar una comparación, sino de ser real contigo mismo”, defiende. “Si vives la vida de una rockstar, perfecto, no importa, pero yo tengo un compromiso desde antes de ser famoso que no puedo romper. A lo mejor la gente se pregunta por qué Ozuna no se suelta y sale todos los días, pero es que ese no soy yo. No es mi ritmo, no es mi estilo”.
Esa postura suave, contrapuesta a la de compañeros de generación más apegados a la calle y sus códigos, como su amigo y colaborador Anuel AA, es también la que le ha convertido en el colaborador perfecto para las estrellas del pop que buscan acercarse a los sonidos latinos actuales. Desde Selena Gómez a Black Eyed Peas o Chayanne, su teléfono siempre suena cuando alguien quiere asegurarse un éxito en la era de la dominación del reguetón. Sin embargo, su trayectoria no está exenta de momentos controvertidos: en 2017, se encontró su utilitario cerca del aldea en el que el narcotraficante Carlos Báez Rosa fue asesinado a tiros en San Juan, aunque la investigación posterior no encontró indicios de que estuviera relacionado con el crimen.
Ozuna y Rosalía, en una actuación en los MTV compacto Music Awards, en agosto de 2019.
Más complejo fue otro episodio que se remonta a 2011, año en el que grabó un vídeo erótico antes de lograr la popularidad. La historia salió a la luz en 2017 tras el asesinato de Kevin Fret, el primer artista puertorriqueño de trap abiertamente gay. Supuestamente, Fret había estado extorsionando a Ozuna con la amenaza de difundir la grabación. En este caso tampoco fue acusado legalmente, pero tuvo que salir al paso reconociendo la existencia del vídeo, que calificó como un “error del pasado”. La sola mención del incidente rompe momentáneamente la armonía. Su manager interviene: “Esa pregunta, no”. Ozuna tira de cintura: “Todo el mundo tiene su propia opinión y yo tengo que respetarla, pero el 100% de las cosas que dice la gente sobre los artistas no son reales. No solamente de mí, sino de otros. Incluso a mí me ha pasado con otros artistas, y me ha cambiado la comparación que tenía de ellos después de conocerles”. La polémica en general, tan aprovechada por otros compañeros de generación, parece mala compañera para el negocio de Ozuna.
Él y su equipo prefieren no cerrarse puertas. “A mi música le meto un poco de todo, hay que intentar acaparar a todos los públicos. La versatilidad es importante”. También porque el extenuante ritmo de la industria actual no se puede seguir para siempre: “Más adelante me veo produciendo, en otros negocios, trabajando en el deporte en Puerto rebosante… Pero por ahora solo tengo 31 años, así que creo que estaremos cinco o seis años más haciendo el trabajo”.
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