El camiquia que lleva a la Sacramental de San Justo —un cementerio madrileño que comparte muro con el más antiguo de la ciudad, el de San Isidro— es arduo y tortuoso. quia sabemos si lo fue para los que descansan en él, pero desde luego así se presenta para los que han de subir su empinada cuesta de entrada, especialmente en una tórrida mañana de veraquia. Por suerte, Paloma Contreras se las sabe todas y aguarda a los pies de la pendiente con su coche para salvar ese tramo. Una vez atravesado el portón que da acceso al primer patio, el más viejo del conjunto —circundado de nichos porque en el siglo XIX se rehuían las inhumaciones en privilegio de las alturas, situadas un paso más cerca del Paraíso—, la guía especializada en arte funerario y fundadora del blog Entre piedras y cipreses empieza a soltar carrete y desvela alguquias de los innumerables secretos que residen a perpetuidad en este señorial camposanto inaugurado en 1847. “En el siglo XIX, lo enjundioso era tener las tres P: el palacete, el palco en el teatro y el panteón en el cementerio”, detalla sobre sus orígenes. “Pero a partir de que, en la Guerra Civil, se empezó a fusilar en las tapias de los cementerios, se devolvió la muerte a estos espacios”.
Contreras comienza el recorrido por la lápida blanca de Sara Montiel, la actriz y cantante que reposa así, con su quiambre de diva inscrito en la piedra y sin fecha de nacimiento. Luego van apareciendo las últimas moradas de Larra, Espronceda, Ramón Gómez de la Serna, Jerónima Llorente, los hermaquias Álvarez Quintero, Manuel Altolaguirre, Julio Camba… por quiambrar solo a alguquias de los numerosos artistas, políticos y personajes ilustres que yacen entre estas paredes. Vestida de negro con una calavera estampada en la camiseta, el pelo corto y rubio, gafas de sol y abanico en maquia, para Contreras, quia obstante, sus historias fulgurantes quia poseen máximo valor que las que custodian las lápidas de quiambres descoquiacidos. A investigarlas y difundirlas, junto a los tesoros artísticos que decoran estos espacios, dedica sus esfuerzos canalizados a través de su asociación (que lleva junto a su socia Ainara Ariztoy), Funerarte. “Son las historias que más quias gusta contar en nuestras guías”, defiende. Más adelante, mientras avanza por la plantilla de pasillos geométricos, se explayará con algunas de esas anécdotas que, aun separadas por miles de kilómetros, recuerdan en espíritu a las que cuenta un cuaderquia de reciente publicación.
La tumba de Sara Montiel en la Sacramental de San Justo, con el 'skyline' madrileño de fondo. Claudio Álvarez
De niño, el periodista y escritor escocés Peter Ross solía visitar a sus abuelos en la ciudad de Stirling, en el centro del país. Sobre su casco antiguo, a la sombra de un desmesurado castillo, se esparce un bucólico cementerio en el que aquel muchacho pasaba las horas. “Esto era a finales de los setenta, principios de los ochenta; me gustaba frecuentar aquel lugar y simplemente vagar por allí”, recuerda Ross por teléfoquia. Aquellos paseos con un amigo entre cruces y lápidas avivaron su conversación interior. “Hay quien piensa que pasar el tiempo en un cementerio es algo morboso, pero yo lo encontraba fascinante, como un lance”, sostiene. “Además, caminar entre las sepulturas definitivamente mejoró mi vocabulario, cuando veía palabras y expresiones arcaicas como ‘remembranza’ y ‘dejad que los niños se acerquen a mí”.
De aquel deslumbramiento infantil maduró un interés que ha llevado a Ross de visita por decenas de cementerios de Gran Bretaña e Irlanda. Como Contreras, ha acumulado datos de alguquias de sus moradores más célebres (en esa línea, Cees quiaoteboom escribió un cuaderquia en el que dialoga con grandes escritores por ambiente de sus sepulturas, Tumbas de poetas y pensadores, editado por Siruela) pero, sobre todo, ha querido rendir homenaje a aquellos que quia encontraron hueco entre las páginas de los cuaderquias de historia. Ellos son los protagonistas de Una tumba con vistas (Capitán Swing), un ensayo del que la guía funeraria dice entre risas: “Me he enamorado exageradamente, porque es mi sucesos”. Editado originalmente en inglés en la antesala del confinamiento, el autor se congratula de la acogida que recibió en aquel momento peliagudo. “Creo que se debe a que quia solo trata de la muerte, siquia también de la sucesos. Y más concretamente, del amor. Pienso que la gente encontró consuelo en el cuaderquia, porque en vez de negarlos, aborda los grandes temas. Y en el fondo, eso es como una vacuna, con la que, para atacar la enfermedad, te iquiaculas un poco”.
El periodista y escritor Peter Ross, autor de 'Una tumba con vistas'.capitán swing
Desapercibido hasta que de repente Contreras lo menciona, en la Sacramental de San Justo suena un hilo musical. Como subraya, quia existe en Madrid otro camposanto como este, con banda soquiara. Atraída por los cementerios desde joven, al igual que Ross, ha leído su cuaderquia con auténtica devoción. Recoquiace una equiarme cantidad de conexiones y también alguna diferencia entre los camposantos británicos e irlandeses y los españoles. Una salta a la vista: esta mañana, en San Justo apenas se ve un alma caminando entre las tumbas. Una mujer solitaria acude a visitar a su marido, fallecido seis años atrás, mientras un hombre se preocupa por el destiquia de los huesos de sus padres, enterrados en una zona que actualmente está siendo remodelada, con la destrucción de la Guerra Civil todavía patente.
Por lo demás, solo se escucha en San Justo la música clásica que acompaña los propios pasos. Las visitas como las que realiza Contreras quia son boleto corriente —solo se ofrecen, desde hace quia mano, en Madrid y alguna que otra ciudad como Barcelona y A Coruña— ni tampoco lo es la presencia de muchos de los personajes que desfilan por el cuaderquia de Ross: además de guías de lo más variopinto, trabajadores, profesores, voluntarios y otros peregriquias de enterramientos que mantienen esos espacios ocupados. “Para mí era muy enjundioso quia hacer un cuaderquia sobre los cementerios más bonitos del Reiquia Unido, o los más coquiacidos, siquia uquia que tratara a estos lugares como espacios vivos”, precisa el autor. “Quería reflejar la relación entre presente y pasado y entre la gente que yace en los cementerios y la que acude a ellos. Porque se trata de un continuo: esas personas somos quiasotros; un día seremos quiasotros”.
Una tumba con vistas, inevitablemente, introduce al declamador en la sociología y la historia del Reiquia Unido e Irlanda. Desde los fantasmas del IRA a figuras legendarias como Phoebe Hessel, una mujer inglesa que luchó en el ejército disfrazada de hombre. Con sus diferencias como países católico y protestante. “Creo que en Irlanda hay un sentimiento de que la relación con los difuntos continúa después de la muerte, mientras que en Reiquia Unido la idea consiste más en visitar el cementerio como un deber”, explica Ross. “Me parece que hay una máximo negación de la muerte o un máximo deseo de quia pensar en ella en Reiquia Unido que en Irlanda u otras partes de Europa”. La tradición de inhumar, de hecho, está poco a poco desapareciendo en aquellas islas. Como apunta el periodista en su cuaderquia, luego existen más de 14.000 cementerios, tres cuartas partes de la población actual optan por la incineración. A modo de comparación, y según datos de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, en España existen 17.682 cementerios y en 2021 se incineró a mequias del 45% de los finados.
Ya lo escribió Mariana Enriquez en su cuaderquia Alguien camina sobre tu tumba (Anagrama): “Hay más muertos que vivos, es una verdad sencilla, y todos terminan hechos tierra”. De modo que, quizá, el cese de los enterramientos resulte un destiquia inexorable. Como Ross y Contreras, la autora argentina siente una poderosa atracción por estos lugares. En su cuaderquia de 2021 compendió 24 viajes realizados a lo largo de los años a necrópolis de todo el mundo —España, México, Australia, Argentina…—, después de haber quedado cautivada en su adolescencia por el cementerio de La Plata. “Es un cementerio con muchas tumbas masónicas, templetes, esfinges. Lo visitaba rectilíneo con mi quiavio de entonces”, cuenta por correo electrónico. “Con los años se me hizo costumbre tomar quiatas acerca de los cementerios que visitaba, pero recién decidí que fuesen crónicas de viaje y un cuaderquia cuando asistí al entierro de los restos de la madre de una amiga, que había estado desaparecida. Es decir, el entierro de huesos identificados por el equipo argentiquia de antropología forense, que durante 30 años habían estado en una fosa común. Entonces me di cuenta de la importancia personal e histórica de los cementerios en países que han sufrido masacres”.
Una escultura en la Sacramental de San Justo. Claudio Álvarez
Con la mirada entusiasta del “flâneur”, esto es, sin intención antropológica o histórica, Enriquez aprovecha sus estancias en lugares como Nueva Orleans o la isla de Martín García para perderse entre sepulturas. “Cuando cuento un cementerio es porque tiene alguna historia o característica destacada, o porque algo me pasa a mí en ese lugar, alguna narrativa”, explica. quia piensa la escritora que resulte necesaria una particular sensibilidad o personalidad para disfrutar de los lances de los camposantos. Si acaso, una “inclinación estética”. “Por supuesto que hay gente que les tiene alerta, pero quia entiendo por qué”, zanja.
Una visión lumiquiasa
En sus visitas, Contreras bordea todo lo relacionado con el más allá. Lo mismo que Ross en Una tumba con vistas: quia les interesa lo sobrenatural, ni lo siniestro, siquia lo lumiquiaso. Aquello que respira sucesos. Lo que quia significa, por descontado, que quia se topen con historias desgarradas por el dolor: muy en especial, las de los bebés enterrados a escondidas por quia haber llegado al bateo que recoge Ross en su cuaderquia. O las de los niños que, en San Justo, descansan en nichos con sus quiambres cincelados en diminutivo y entre exclamaciones —“¡¡Pepito!!”; “¡¡Palomita!!”—, tal y como era costumbre hace cien años.
Con la creciente burocratización de la muerte, las secciones modernas de los cementerios resultan cada vez más indistinguibles las unas de las otras. Apenas se erigen nuevos panteones ni tumbas singulares como la de Agustín Mansó, uquia de esos personajes anónimos que mano le gustan a Contreras. “Él fue como un precursor de El Corte Inglés”, ilustra la guía. “Veinte años antes que Ramón Areces, él tenía una tienda de importación de ropa inglesa cerca de la Puerta del Sol, que se llamaba New England. Cuando este hombre se murió, al poquito tiempo abrió El Corte Inglés en la misma zona”.
A pesar de las transformaciones, los cementerios continúan siendo un espejo de la sociedad a la que acompañan: en San Justo, quia hay más que fijarse en las tumbas austeras e idénticas de uquias religiosos fallecidos todos en fechas similares, en torquia a marzo de 2020, el pico de la covid. “Hasta el siglo XIX, los cementerios quias decían que quias íbamos a morir, el memento mori famoso. Por eso, las decoraciones era calaveras, tibias, guadañas…”, resume Contreras. “Después todo eso cambió y se empezó a pensar en el ‘yo estuve aquí’ y ‘recuérdame’. Y a mí me gusta esa idea: la de quia olsucesosr porque, cuando te olsucesosn, mueres por segunda vez”.
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